3.5 Recursos adicionales: opciones político-económicas y sus consecuencias

En realidad, estas tres opciones se utilizan juntas. El gobierno usa al menos dos de ellas (impuestos y préstamos del Estado) de forma regular y, cuando la situación no es buena, entra en juego también el estímulo monetario.

 

La opción de complementar la demanda que falta se puede describir de forma sencilla con cuatro puertas. Detrás de cada puerta se encuentran distintas opciones políticas, todas con sus beneficios y sus consecuencias.

 

                                                                                                               

Impuestos: una opción obviamente nada popular. Ningún político quiere seguir este sendero, y si lo hace, los resultados que se pueden alcanzar con esta opción no son óptimos. Después de todo, existen tantas lagunas y medidas medio legales para evitar la subida de impuestos que la cantidad total generada mediante la subida de impuestos planeada rara vez es la misma que la que realmente se recauda. Esto es perder de vista el objetivo y también acarrea el estigma de «el que aumenta los impuestos», quien, a fin de cuentas, no cumplió con sus promesas porque el objetivo no se alcanzó. Fundamentalmente, el problema económico es que, hasta que los impuestos no sean del 100% (lo que no es en absoluto viable políticamente), esa opción por sí sola no podría compensar completamente el poder adquisitivo que falta y, en consecuencia, no sería suficiente para generar crecimiento económico.

Flexibilización monetaria: se considera a menudo como medida de últim recurso. Después de todo, si tenemos que imprimir billetes significa admitir que no somos capaces de gravar de forma efectiva las ganancias ahorradas, lo que a su vez significa que tenemos dos bolsas llenas del mismo dinero: una de ellas descansando ociosamente en las cuentas bancarias (o escondida en colchones, calcetines viejos...) y sin circular en la economía real, lo que trae como consecuencia que tengamos que imprimir reemplazos, los duplicados que intentamos incorporar en el ciclo de consumo y producción de la economía real. A esto le sigue el miedo inevitable a la inflación, ya que si seguimos este camino con demasida frecuencia y durante demasiado tiempo, podríamos hacernos una pregunta razonable y con fundamentos: ¿qué se podría comprar con todo este dinero si empezara a circular en la economía real todo a la vez?

Deuda privada: es igualmente una forma de política estatal. Significa sencillamente no hacer nada y esperar a que los particulares se endeuden, ya que no tendrán ninguna otra opción para sobrevivir. Sabemos gracias a nuestra teoría que los salarios no son suficientes para comprar todo lo que se produce y dado que las ganancias se consiguen con más facilidad fijando los precios de bienes y servicios al nivel AA (nivel que requiere que las familias pidan préstamos para satisfacer sus necesidades básicas, ver capítulo 5.1 Deuda forzada durante el consumo) la deuda tendrá lugar antes de que nos demos cuenta. Pero esta vía es oscura y breve debido a que la capacidad individual de endeudamiento es más bien limitada y los reembolsos, inflados por los intereses, contribuyen a la recesión en términos de oportunidades de ventas perdidas. Una vez los individuos han alcanzado su límite de endeudamiento, el camino hacia las ganancias está cerrado para siempre.

Deuda del Estado: y así llegamos al último recurso para generar ganancias en la economía, utilizado por todos. Es fácil, simple, casi nadie se queja. Las compañías no se ven afectadas, de hecho, financiar la deuda del Estado les brinda oportunidades para la inversión de los fondos disponibles. El público en general no posee conocimientos de este concepto. No se trata de su propia deuda (al menos así es como la mayoría lo percibe) y, por consiguiente, no deben preocuparse por las cuotas. No requiere trucos monetarios obvios, como la impresión de billetes, por lo que existe esta sensación de que la masa de dinero se mantiene intacta sin temor a la inflación. Los políticos no son reacios a utilizar esta medida dado que todas las partes participan en el mismo juego con las mismas herramientas. Se rechazan las voces, poco frecuentes, que se levantan para reducir la deuda o disminuir la tasa de déficit anual y, en realidad, no hay manera en que se pudiera haber hecho sin iniciar una recesión grave, lo que demolería todo el sistema. Hasta ahora nadie lo ha intentado y, como podemos ver en los desarrollos más recientes, aquellos que se embarcan en este viaje suicida ya están cosechando los “beneficios” esperados de la recesión, deflación y el colapso generalizado de la economía.

La deuda del Estado, su existencia y aumento continuo son necesarios e inevitables en una economía capitalista basada en la obtención de unas ganancias que no se gastan en su totalidad.

Todas las ganancias que se han llegado a obtener alguna vez se financian con esta deuda, mediante el suministro del poder adquisitivo adicional que permite crearlas.

El reembolso de la deuda estatal es imposible sin más acciones monetarias. Intentarlo significaría empujar la economía a la recesión y la continua reducción de esta deuda no haría más que empeorarla. El reembolso de la deuda estatal implica no solo detener el flujo de poder adquisitivo adicional (el cual genera nuevas ganancias), sino también la desaparición de las ganancias logradas con anterioridad. Esto se debe a que existe menos dinero en circulación, lo que reduce la actividad económica en general. Hay cada vez más empresas que no logran alcanzar las ganancias previstas (ya que no hay una fuente de demanda que las alimente) y, como consecuencia, las empresas y personas que van a la quiebra causan que los bancos registren y cancelen más y más préstamos de baja calidad que nunca serán devueltos. Cuando el banco se declara en bancarrota, el dinero que se ha perdido durante la quiebra es dinero acumulado de ganancias anteriores.

 

Traducido por Alexandra López Garres