8. Límites necesarios en el comercio internacional
Para evitar que aumenten tanto los desequilibrios en el comercio internacional comos sus consecuencias destructivas (en forma de grandes deudas y desempleo masivo en los países afectados), necesitamos mecanismos reguladores que, por un lado, permitan el comercio libre pero, por otro lado, también se encarguen de los peligros de crear desequilibrios críticos de forma permanente.
El comercio internacional es beneficioso para ambas partes si se realiza de forma correcta. Con el aumento de los volúmenes se consiguen economías de escala que a menudo son imposibles de conseguir solo en economías locales. Así que la productividad resultante debería beneficiar a toda la sociedad gracias a precios globales más bajos (por supuesto, basándonos en la premisa de que al menos parte de las ganancias de productividad pasan al consumidor final).
Esto ocurre solo cuando los países participantes tienen balanzas comerciales más o menos equilibradas, es decir, que cada país recibe del comercio internacional la misma consideración financiera. No me refiero a las ganancias, ya que estas se pueden ver de distintas maneras debido a las diferentes percepciones de los valores de los productos comercializados y la necesidad de su adquisición. Por ejemplo, para que un país pueda pagar la importación de petróleo necesita exportar unos bienes y servicios que considera más valiosos que la consideración que realmente están recibiendo por ellos. Pero como necesita el petróleo, tiene que parcipitar en el comercio internacional para conseguir divisas para pagarlo. El resultado es una insatisfacción subjetiva del país; sin embargo, lo que importa es si esta relación comercial es sostenible incluso si no se la considera ideal. Es sostenible solo si toda la balanza comercial de ese país es al menos equilibrada o no es negativa. Si el país registra un déficit comercial creciente, el resultado inevitable será el colapso. Esto es lo que está sucediendo ahora en Europa entre el Norte y el Sur, donde el problema es demasiado grave, y entre EE. UU. y China, donde es cuestión de tiempo que ocurra lo mismo.
Si la balanza comercial no se equilibra, no se puede hablar de un comercio internacional sostenible y de beneficio mutuo, sino de colonialismo. El país que solo exporta y no está dispuesto a importar el valor financiero equivalente está utilizando una política económica colonial que llevará tarde o temprano a su socio comercial a la ruina.
Si se hace un corte en el dedo, sangrará... pero no hasta la muerte.
Su cuerpo posee mecanismos que detienen la hemorragia, sanan la herida y en poco tiempo recupera la sangre perdida.
Asimismo, el cuerpo tiene un sistema de alerta que le avisa de que se ha cortado y que hay que hacer algo al respcto: el dolor.
Es lo mismo en economía.
Si un país pierde dinero en el comercio internacional, pronto descubrirá que está sangrando: le falta dinero en circulación interna y entonces llega el dolor en forma de crecimiendo del desempleo (se ve claramente en Europa y EE. UU.).
El primer mecanismo automático de defensa del cuerpo del Estado es el tipo de cambio, que funciona de forma automática, sin necesidad de ejecutarlo. El país que importa demasiado debe comprar más y más divisas y, de esta forma, su moneda nacional pierde valor y las importaciones se encarecen, lo que provoca su caída.
Existen otros mecanismos correctores en manos del gobierno cuya efectividad se comprueba con el paso del tiempo: la introducción de aranceles de importación hasta que se equilibre el comercio.
Pero si nos deshacemos de estos mecanismos de defensa (introducción de la moneda común —el euro en Europa— o la prohibición total de los aranceles mediante acuerdos y zonas comerciales), cuando tiene lugar un desequilibrio, existe el peligro de que ciertos países sangren literalmente dinero, sin medios para defenderse.
Por lo tanto, es inevitable permitir a los países que sufren déficits comerciales a largo plazo que implementen aranceles, impuestos sobre las mercancías importadas, hasta que se restablezca el equilibrio.
No hay que considerar que estos aranceles van en contra del comercio internacional.
Después de todo, el comercio internacional tiene que ser, ante todo, sostenible.
Otra opción es la introducción de una moneda completamente digital (capítulo 16), lo que evitaría exportar capital al extranjero. Los ingresos por las exportaciones permanecerían en las cuentas de los bancos de los importadores. Sus propiertarios exportadores podrían usarlos libremente para comprar bienes o servicios, o podrían venderlos a terceros o a su propio Estado a cambio de moneda nacional. Pero, como parte de un sistema financiero unificado y totalmente digitalizado, estarían sujetos a impuestos periódicos sobre el capital, lo que facilitría su reducción gradual.
De esta manera evitaríamos la acumulación excesiva de capital exportado mediante una tributación gradual.
Obviamente, el principal obstáculo en la introducción de este sistema o similar es que la otra parte esté dispuesta a aceptar. Me temo que si no se implementa este tipo de sistema, los países aprenderán por las malas su importancia. Los déficits comerciales de hoy en día conducirán finalmente al colapso de las finanzas de algunos de los países afectados y solo tras esta caída se producirá una seria reflexión sobre cómo proceder en el futuro. Normalmente se elige el plan de acción adecuado solo cuando ya se han probado todas las opciones incorrectas —eso dicen las leyes de Murphy. En el pasado, estos desequilibrios y su consiguiente incapacidad para pagar provocaron guerras tras las cuales las naciones empezaron de cero. Estamos repitiendo los mismos errores, solo que con más cuidado y más despacio, pero en definitiva siempre es lo mismo otra vez. Y los resultados también son los mismos. Suena muy tentador usar las políticas neocoloniales y ganar dinero a costa de otras naciones. Después de todo, son los estúpidos que nos están comprando. No les estamos obligando, ¿verdad? Pero tal razonamiento siempre ha tenido un precio muy alto; un precio que puede que hoy en día esté más allá de nuestra imaginación.
Vivimos en el silgo xxi. ¿No deberíamos al menos fingir que estos 2000 años nos han enseñado algo? Deberíamos manejar nuestras relaciones comerciales internacionales de manera que no conduzcan a conflictos, sino que nos aseguren que los estamos evitando. El comercio libre no es la solución. Se dice que a través del comercio libre pueden exportar tanto como quieran y nosotros podemos hacer lo mismo. Pero en realidad no significa que todos los países tengan éxito en la misma medida. Algunos países no tienen la capacidad de competir con la misma eficiencia que otros. Pero no por ello debemos dejarlos indefensos, a merced de los más competitivos. Tiene que haber un mecanismo de ajuste a nivel estatal que evite la aparición de desequilibrios graves. De lo contrario, se crearán tensiones que no podremos reparar y, como nos ha enseñado la historia, no es la mejor situación en la que estar.
Traducido por Alexandra López Garres